Mercado medieval de Chinchón: Un viaje al pasado

Mercado medieval de Chinchón: Un viaje al pasado

Lejos de “aguar la fiesta”, la lluvia sobre Chinchón dibujó el escenario ideal para una escena épica… Con el Castillo de Los Condes al fondo y decenas de banderines de colores agitándose al viento bajo el cielo gris, un novel jinete deleitaba la mirada de los niños con su yelmo, su espada y los giros de su caballo sobre la tierra mojada.

Junto a él, un grupo de expertos en disciplinas medievales llenaron de alegría el fin de semana que visitamos este acogedor pueblo de la Comunidad de Madrid, donde comimos manjares deliciosos, compramos productos exquisitos, recorrimos calles encantadoras, entonamos canciones inolvidables y nos hospedamos, por primera vez, en una casa rural en España.

Entre el grupo de caballeros destacaba una dama elegantísima. Su habilidad con el arco y la flecha era tan cautivadora como los aristocráticos tonos azules con los que vestía su brioso caballo blanco. Entre el público, otra mujer atrapaba las miradas de los más pequeños con su cosplay de Geralt de Rivia, mientras los altavoces ambientaban el lugar con música celta (y “Terra” de Tanxugueiras, ¡obviamente!).

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Cuando nuestros amigos Kirk y Ginna nos propusieron ir a Chinchón, ninguno de los cuatro sabía que los días 26 y 27 de febrero se celebraría su famoso Mercado Medieval. Sin embargo, el universo conspiró, los astros se alinearon, los caminos convergieron y así fue como terminamos disfrutando, cual chiquillos desbordados de ilusión, los torneos y desfiles que hicieron de este viaje una aventura inolvidable.



Aunque el año pasado no se celebró debido a la pandemia, este icónico mercado se instala en la Plaza Mayor de Chinchón cada Carnaval desde 2004. Esta “vuelta a la normalidad” quizás podría explicar la vibrante energía que se respiraba en todo el pueblo, donde hosteleros y comerciantes fueron los anfitriones de una auténtica marea humana, que desbordaba las calles con la genuina alegría de quienes atesoran las tradiciones, sabores, colores y sensaciones del entorno rural.

El mercado medieval de Chinchón es una fiesta viva. En medio del bullicio se distinguía el sonido de las jarras de cerveza, los descorches de vino, las bolsas de papel y las monedas. Los niños correteaban por las calles y jugaban con espadas de madera. Fueron muchos los adultos que engalanaron el casco histórico de la localidad madrileña, ataviados con capas, sobrevestas, cascos, chalecos, corpiños, justillos, jubones, sombreros y cinturones que recreaban ropajes de la época.

El “Hotel Casa Rural San Antón” fue todo un descubrimiento que nos dejó gratamente sorprendidos por la limpieza (¡madre mía, todo estaba impecable!) y la atención. Queda un poco alejado del centro del pueblo, pero lo suficientemente cerca como para llegar caminando en pocos minutos. Además, las habitaciones son súper confortables y especialmente silenciosas.

En el restaurante “La Columna” comimos muy pero muy bien. Nos sorprendió que el lugar no tiene las mejores calificaciones en TripAdvisor y Google Maps, porque nuestra experiencia fue realmente excelente. Pedimos cochinillo, ternera, cordero y todo estaba ¡de 10!… El vino que nos recomendaron era bastante bueno y el postre fue el cierre perfecto para una comida que, honestamente, nos gustó mucho.

Los puestos ubicados en la plaza ofrecían postres y artesanías de todo tipo, desde las elaboradas a mano y en el momento, con materiales nobles, para disfrute visual de los presentes; hasta las fabricadas en China, inteligentemente seleccionadas para evocar cualquier libro de George R.R. Martin (hasta Daenerys Targaryen habría querido el monedero que compré, traído directamente desde el polígono Cobo Calleja).

En los quioscos instalados a lo largo de la calle de Los Huertos degustamos bebidas y embutidos de todo tipo y, aunque habíamos acordado no “antojarnos” de demasiadas cosas, terminamos trayendo a casa quesos vascos, chorizos extremeños, sobrasada de Mallorca y rosquitas de anís. En la lista de tentaciones en las que caímos debemos incluir bocadillos de pernil (o “jamón asado”), pizza al horno de leña y dulces típicos llamados “bolas de fraile” y “tetas de novicia” que son una invitación al pecado (al pecado de romper la dieta, claro).

De Chinchón nos despedimos el domingo en la tarde y mientras salíamos del pueblo quedamos impresionados con la cantidad de coches que iban entrando. Suponemos que el desfile de despedida de esa noche habrá sido un festejo espectacular. Sin embargo debíamos volver a casa, no sin antes pasar por Morata de Tajuña a comprar unas cuantas de sus famosas palmeritas de chocolate que son otro festejo más, pero para el paladar.

 

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