Cancelación y sed de sangre en Twitterzuela: Cuando disculparse no es suficiente

Cancelación y sed de sangre en Twitterzuela: Cuando disculparse no es suficiente

La primera vez que escuché la palabra “Twitterzuela” no pude evitar reírme. Me pareció una genialidad. El término se refiere a esa pequeña parte del país que existe de forma paralela en Internet y exhibe todos los elementos constitutivos de cualquier Estado: Un territorio (las redes sociales), una población (los usuarios) y un poder (ejercido por líderes de opinión y miembros de determinados grupos que, por el valor de sus contenidos en diferentes temáticas, son capaces de orientar, liderar o sacudir la opinión pública).

Si bien es cierto que este “país virtual” exhibe mucha más virulencia en Twitter (de allí su nombre), sus dominios se extienden a todas las demás redes sociales, incluyendo TikTok y YouTube. Mención especial merece Instagram, a la que hemos concedido tanta importancia, que se ha convertido en la herramienta de trabajo fundamental (a veces, la única) de muchos periodistas, políticos y artistas venezolanos. Por eso, cada vez que los chicos de Meta tienen algún problema con un cable o un tornillo, los cimientos de Twitterzuela se estremecen.

La verdad es que este escenario digital está lejos de ser perfecto. Twitterzuela está llena de trincheras paralelas, bandos enemigos, egos mancillados, polémicas absurdas, delirios de grandeza, fuego cruzado e intrigas “palaciegas”. No podía ser de otra manera. Más de 20 años de conflictividad política, y todas sus dantescas consecuencias, han dejado huellas en nuestra alma y en nuestra dialéctica.

No es que falte quien quiera aportar cosas positivas y sembrar semillas de optimismo, buen humor, alegría o esperanza en este campo de minas. Es que, con excepción de Sascha Fitness (a quien todas le rezamos en secreto, implorando fuerzas cada vez que una empanada se cruza en nuestro camino); a los racionales, conciliadores o evangelizadores de lo positive, no les prestamos atención, a menos que figuren en alguna tramoya surrealista digna de Stranger Things.

Suscríbete a nuestro canal de Telegram "Inmigrantes en Madrid" para que estés al día con toda la información sobre Madrid y España, ofertas de empleo y más

Nos gusta lo mainstream. También nos gusta, obviamente, tomar partido, pertenecer a un bando y tener algo que decir. Eso sí, mientras más grandilocuente mejor pues, de todas las medallas que pueden colgar sobre el pecho humano, ninguna más meritoria que decirle a los amigos, con frente bien alta y el gesto soberbio: “me bloqueó porque le canté sus cuatro verdades”. No sirven tres, ni cinco. Es con cuatro, y solo con cuatro, que se alcanza el honor y la gloria.

Sin embargo, lo que más, más, más nos gusta es tener razón… Pero no queremos tener razón para propiciar un cambio de actitud. No queremos tener razón para tender un puente, ni para concienciar desde el respeto. Queremos tener razón para poder restregarla con todas nuestras fuerzas en la cara de quien, por cualquier motivo que ni siquiera venga a cuento, nos cae mal.

Nos regocija la idea de “tener razón” porque, al parecer, sentirnos dueños de la verdad parece justificar con creces esas ganas que teníamos allí, latentes desde hace tiempo, de que a determinadas personas les quede claro que somos mejores que ellas. Ahora, si el fulano que se equivocó, o simplemente dijo algo con lo que no estamos de acuerdo, es algún famoso de la “amable pajarera”, nos convertimos en el Kraken y aferramos todos nuestros tentáculos a su barco para arrastrarlo al fondo del océano.

Es verdad que un gran “poder” conlleva una gran responsabilidad y que, en una sociedad modélica, las voces con más alcance deberían ser como ese buen pastor que, con un comportamiento intachable, conduce con certeza y sabiduría infinita a sus ovejas por el camino de la rectitud. Sin embargo, con demasiada facilidad se olvida que por más seguidores, influencia, alcance, relevancia o popularidad que tengan algunas voces venezolanas en las redes sociales; siguen siendo seres humanos que, como cualquier otro, tienen virtudes y defectos. Y… ¡por increíble que parezca! (o por mucho que nos neguemos a aceptarlo), también tienen derecho a cometer errores.



Aferrados al papel de víctima herida, muchos ofendidos por las palabras de terceros no se conforman con sus disculpas. No les interesa la rectificación, ni las explicaciones, ni el contraste de perspectivas, ni el propósito de enmienda. Solo les interesa la sangre, las vísceras, la herida abierta. La aparente superioridad que les otorga esa “verdad”, que supuestamente está única y exclusivamente de su parte, solo satisface su propósito cuando sirve a cuatro objetivos fundamentales: humillar, desprestigiar, herir y criticar (¿serán estas las cuatro verdades que según las sagradas escrituras fundacionales de Twitterzuela deberán ser “cantadas”?).

Nada de esto me lo invento. Quien haya asomado la nariz a cualquier dinámica de “cancelación” en los últimos años habrá sido testigo fiel de lo que digo. Recientemente pasó con George Harris y su comentario sobre los nuevos paradigmas en torno al autismo. Lógicamente, quien no entendió la intención de sus palabras se ofendió. Está bien. Todo el mundo tiene derecho a ofenderse por lo que quiera. Así como el sufrimiento es opcional cuando el dolor es inevitable, la ofensa es una posibilidad cuando el comentario ajeno es libre.

Ahora bien, una de las primeras cosas que hizo George (de forma muy sensata y responsable) fue ofrecer disculpas a quienes hubiesen visto herida su sensibilidad sobre este tema… ¿Sirvió de algo? ¡Noooooooo! Porque los ofendidos no querían la magnánima oportunidad de conceder el perdón. Mejor es asumir el rol de afectado permanente porque (visto lo visto) concede licencia para contraatacar sin parar. De hecho, en los últimos años han ocurrido varios casos y me pregunto: Si la persona involucrada ha reconocido su error y ha pedido disculpas, ¿qué más se supone que debe hacer para saciar la sed de venganza discursiva de sus detractores?

Me queda claro que los atacantes de George no buscaban crear conciencia, ni abrir un debate positivo visibilizando una realidad que afecta a tantísimas familias. Nada que ver. Si de verdad hubiesen querido eso, habrían sumado su gran poder de convocatoria a una iniciativa en favor de casos que requiriesen el apoyo de todos… Peeeero eso le habría dado al catire la oportunidad de quedar bien (y al enemigo, ¡ni agua!).

Es muy probable que tanto George como otros comediantes, así como políticos, actores y periodistas sigan diciendo cosas que disgusten a algunos. Más que probable, es seguro. Estar a la altura de las expectativas de todo el mundo es imposible. Afortunadamente, para quienes tales acciones constituyen auténticas barbaridades ante sus ojos, las redes sociales ofrecen la más eficaz solución. Se trata de una formula matemática de gran complejidad que, gracias a la tecnología actual, se resume una acción sencilla pero infalible: bloquear a la persona.

Si usted consume contenido de alguien que le cae mal, si busca los perfiles de quienes le resultan tóxicos e irritantes e invierte tiempo en escuchar, leer o visualizar aquello que tanto daño le hace; sin que nadie le obligue y sin que sea necesario para el ejercicio de su actividad profesional; sepa que existe literatura médica relacionada y siempre puede buscar ayuda.

Si no sabes disentir desde el respeto y eres incapaz de atacar una idea sin atacar a la persona que la formula, ¿cómo puedes creerte mejor que aquel a quien criticas?… Vale la pena que revises tus emociones, tus intenciones y te sinceres, al menos, contigo mismo… Si una disculpa no es suficiente, ¿qué es lo que REALMENTE quieres?

Deja un comentario