Sangre, ácida y caliente

Sangre, ácida y caliente

El filo de un puñal oxidado iba perforando su corazón en cada palpitación, con la furia de una mantícora hambrienta. Un río de sangre, ácida y caliente, brotaba de sus ojos ahogados y teñía de rojo las grietas de su piel, desgarrada por las espinas.

Sus pensamientos se devoraban unos a otros, lenta y dolorosamente, mientras un alud de piedra sepultaba la poca capacidad que le quedaba de entender lo que sucedía. Perdió el control de sus manos y de su respiración, mientras su estómago hacía movimientos que terminaban, inevitablemente, en arcadas violentas y vacías.

Intentó ponerse de pie, pero dos ojos de fuego se pararon frente a ella para desafiar las últimas bocanadas de aliento que le quedaban. El cadáver de una tristeza profana, que la persiguió hasta la esquina más oscura de sus propios miedos y la empujó contra los cristales de una lógica en necrosis, había consumado su venganza.

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