¿Estaría mejor si regreso a Venezuela?

¿Estaría mejor si regreso a Venezuela?

¿Estaría mejor si regreso a Venezuela?

Madrid me abraza desde septiembre de 2016. Ese año, Pedro Sánchez anunció su dimisión como Secretario General del PSOE y Mariano Rajoy consiguió de nuevo ser Presidente del Gobierno de España. Castro murió, el Brexit ganó y, como Dorothy en medio de un ciclón, Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos.

Para Venezuela fue quizás uno de los años más difíciles de la última década. Por un lado, el escándalo de los “narcosobrinos” estaba en boca de todos y, por el otro, se hicieron cada vez más frecuentes en las redes sociales aquellas tristemente famosas, humillantes y dantescas imágenes de personas hurgando en la basura para llevarse algo de comer a la boca.

La inflación era tan alta que en casa acumulábamos paquetes enteros de billetes de la más alta denominación para poder comprar “queso en el camión” y el zika se convirtió en una emergencia de salud pública, en un país donde los hospitales no funcionan e históricamente han escaseado siempre las camas, los equipos, los medicamentos y el respeto por la dignidad humana.

Han transcurrido casi cinco años y es mucha el agua que ha corrido bajo el puente. Rajoy se fue, el gobierno de Sánchez parece empeñado en arruinar España a punta de socialismo rancio (de ese que nunca ha funcionado en ningún lugar del mundo), Trump abandonó la Casa Blanca y la Unión Europea ha reaccionado al Brexit mucho mejor de lo esperado.

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El mundo cambió muchísimo en apenas un lustro, excepto en Venezuela, donde el ciudadano común tiene cada vez menos poder adquisitivo, los servicios básicos funcionan cada vez peor, los delincuentes armados continúan imponiendo sus reglas en las calles, la inseguridad jurídica sigue siendo tan abominable como cotidiana y los políticos de lado y lado bien podrían estar reciclando los mismos tweets de hace cinco años.

Es cierto que ya no hay escasez de productos de primera necesidad y que, según publican algunos paisanos en redes sociales, hay ciudades en las que todo parece funcionar mejor que en Miami, con magníficos bodegones, potentes congresos profesionales, exclusivos conciertos privados, degustaciones de la más exquisita gastronomía y fastuosos eventos sociales.

Sin embargo, bajo esa portada de revista sigue girando la maquinaria perversa de un problema estructural que tarde o temprano termina alcanzando cualquier brillante burbuja hasta triturarla entre sus engranajes. Todo depende, claro está, de dónde vives, cuánto dinero ganas o cuántos contactos tienes. No es lo mismo agonizar en el suelo de un ambulatorio, que tener la posibilidad de recibir atención en un centro médico privado y acceso a medicinas… ¿Verdad que no?

Recuerdo que, desde que era niña, sentía una conexión especial con la Madre Patria. No tengo sangre española, pero me casé con alguien que sí y el universo conspiró para que el camino de felicidad que hemos recorrido juntos orientara nuestros pasos hasta aquí. Sin embargo, emigrar es un proceso complejo, que supone retos que nunca solemos plantearnos; por eso es común que eventualmente algún temerario pensamiento interrumpa la paz del silencio con una pregunta inquietante: ¿Estaría mejor si me devuelvo a Venezuela?



La verdad es que yo tampoco soy la misma. La emigración me ha regalado lecciones que de otra manera no habría aprendido. Incluso, se han despertado en mí inquietudes profesionales que antes no tenía y he conocido una forma de entender la vida que me ha nutrido de cierta perspectiva que, a medida que me hago mayor, agradezco.

Si quieres conocer la opinión de Enrique sobre este tema, te invito a leer el post «Cómo imagino mi vida en caso de devolverme a Venezuela», publicado en su blog

Esa Venezuela que sigo amando

Cierto es que extraño a mis padres con el alma toda y que me encantaría volver a ver a tantas personas, muy queridas para mí, que siguen en Venezuela echándole un camión de ganas a la vida. Sueño con ir de visita cada año, pero cuando hago el ejercicio de imaginación y dibujo ese hipotético escenario en el que me regreso a vivir definitivamente allá, no puedo evitar hacer un par de reflexiones:

Enrique y yo tenemos un apartamento propio en Barcelona. Para comprarlo hicimos muchos sacrificios, pero estábamos súper ilusionados porque es un inmueble grande y cómodo, ubicado cerca de una montaña y con clima más fresco que en otras zonas de la ciudad. El sector era tranquilo y teníamos pequeños comercios cercanos donde conseguíamos lo básico y un poco más.

Casi 10 años después, el edificio está rodeado de peligrosas invasiones, el tanque de agua se desplomó, los ascensores pasaron a mejor vida, las viejas tuberías de toda la estructura están colapsadas por filtraciones y los sonidos de los grillos y aves nocturnas que se escuchaban durante la noche, fueron sustituidos por el de tiroteos, gritos y reguetón (a todo el volumen que un altavoz gigante soporta).

Una vez más, las circunstancias de cada persona determinan su realidad. Si ese apartamento, del que conservo recuerdos espectaculares, estuviera ubicado en el Complejo Turístico El Morro, por ejemplo, probablemente tendría un lugar al que llegar. Pero no es el caso.

No soy de Caracas, así que no extraño un sistema de transporte público eficiente pues, viviendo al norte del estado Anzoátegui, nunca formó parte de mi día a día. Ni siquiera en la acomodada Lechería donde me crié contábamos con un autobús decente. Por calles que comunican algunas de las urbanizaciones más lujosas de Venezuela, circulaban antiguos y deteriorados “carritos por puesto”, en los que fácilmente podías sufrir un golpe de calor, manchar tu ropa con grasa negra de motor o contraer tétano.

Jamás he conducido y en Madrid, hasta ahora, no he tenido la necesidad. Parece un punto de poca importancia, pero para mí es fundamental. Durante demasiados años padecí las vicisitudes del transporte público entre Barcelona, Lechería, Puerto La Cruz y Guanta (accidentes, atracos y muchos malos ratos incluidos), por lo que la posibilidad de moverme en transporte público sin preguntarme constantemente “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, es una alegría absolutamente genuina.

Por otra parte, Venezuela se dolarizó y, para no perder la costumbre, ahora hay “inflación en dólares”. ¿Cómo podría hoy ganarme la vida allá en moneda extranjera? Como profesora universitaria no creo que pueda y, como periodista, presumo que tendría que echar mano de trabajitos online, de esos que generan unos pocos billetes verdes a cambio de contenido para webs. La pregunta del millón es: ¿Con qué Internet? El de casa de mis padres funciona eventualmente, después de rezarle al router o hacer como el brujo de la Billo’s y ponerlo pa’rriba, ponerlo pa’bajo.

Recientemente, el testimonio y experiencias “del tercer tipo” de familiares que se han visto en situaciones delicadas de salud, me confirma que el sistema de sanidad pública venezolano bien podría llevar por slogan la inscripción que Dante Alighieri encuentra en la puerta del infierno: “Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis”. Mientras tanto, la salud privada está sometida a una presión asistencial muy fuerte y, como no podía ser de otra manera, a precios en dólares que no están dentro del presupuesto de cualquier hijo de vecina.

Aquí en Madrid tengo la posibilidad de pagar un seguro de salud privado a un precio muy accesible (menos de 60 euros mensuales, por mi rango de edad) que tiene una cobertura super amplia y, además, soy usuaria de la sanidad pública, donde afortunadamente he podido realizarme tratamientos médicos de alta tecnología, en instalaciones excelentes y con una atención muy amable (al menos la mayoría de las veces).

Lo cierto es que desde muy joven trabajé honradamente en mi país, esforzándome por ser siempre buena en todo lo que hacía, defendiendo la libertad y promoviendo valores democráticos a través de todos los medios a mi alcance, con la esperanza de alcanzar muchos sueños.

No me atrevo a asegurar “de esa agua no beberé” porque como he dicho al principio de este post, la velocidad con la que cambia el mundo en muy poco tiempo puede ponernos, a mi o a cualquiera, en la situación de volver a ese hogar del que alguna vez nos fuimos.

Aunque Venezuela está siempre en mi corazón y la recuerdo como escenario de momentos muy felices, ahora mismo no creo que, en vista de mis circunstancias personales, esté mejor allá si me regreso definitivamente. Sin embargo, entiendo que hay tantas realidades como granos de arena en el mar. Si emigraste y a veces te preguntas si estarías mejor allá, te recomiendo que lo decidas sin compararte con amigos o familiares. Piensa en tú realidad personalísima y proyecta escenarios ajustados a tus circunstancias. Solo así podrás tomar la mejor decisión.

María José Flores

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